AFP
Publicado en El Comercio el 10 de enero de 2010

 Cuando el sismo que golpeó Haití acabó con los vivos, también sacó de  sus tumbas a los muertos. Un año después, ni unos ni otros parecen haber  encontrado paz. 
 Los huesos de los fallecidos continúan apuntando al cielo como un dedo  acusador. El cementerio de Léogâne, la ciudad donde tuvo su epicentro el  terremoto del 12 de enero de 2010 que mató a unos 250 000 haitianos, es  una hilera de mausoleos azules y turquesa. 
 Filas enteras de esos monumentos de estilo variado fueron arrancadas por  la fuerza del sismo, dejando al descubierto su interior. Cuando los  despojos continúan en su sitio, algunas partes están en el suelo. 
 Un cráneo roto aquí, un zapato allá, costillas en medio de la mala hierba, un ataúd de madera bocabajo en algún pasillo... 
 En los mausoleos descubiertos, los ataúdes blancos, como los prefieren  los haitianos, siguen expuestos a la lluvia, el sol y el viento. Otras  tumbas, abiertas, ofrecen un vacío escalofriante. 
 Un cartel descolorido sobre la principal reja de hierro del cementerio  indica el horario de apertura. Los sábados y domingos las visitas son  con cita. Pero ahora no hay ninguna regla. 
 En el interior, una vaca con cuernos largos rumia a la sombra de un  mausoleo que lleva la inscripción: “ familia Eliangène Ulysse ” . En  otro lugar, un perro surge de una tumba. 
 Si los muertos hablaran dirían las mismas cosas que los vivos. Es como  si el corazón de Léogâne hubiera dejado de latir. Casi nada ha sido  reconstruido. Una simple tienda reemplazo el antiguo puesto de Policía,  el banco con el cartel “ abierto ” están derruido, y la evacuación de  escombros de lo que era una escuela dejó un espacio vacío. 
 Los católicos rezan sobre la losa de su iglesia, de la que sólo queda el altar. 
 “La desesperación total”, resume Antoine Laguerre, un voluntario que  barre el suelo de la iglesia. El hombre perdió su casa en el sismo y  debió instalarse en una tienda de campaña con sus cuatro hijos. La  familia sigue ahí. 
 Antoine, de 44 años, trata de recordar el terremoto, al que los  haitianos llaman “Goudu-Goudu”. Pero las palabras se atascan en su  garganta: “Seguimos rezando”, afirma mientras levanta la mirada al  cielo. 
 “Goudu-Goudu” mató a millares de habitantes de Léogâne. Los  sobrevivientes apuntan una falla profunda y siniestra, en medio de la  calle principal, como el lugar donde se originó la tragedia. 
 Cerca de 2 000 muertos fueron enterrados en dos osarios afuera del  cementerio en ruinas. Voluntarios estadounidenses quieren construir allí  un monumento. 
 “Cuando hayamos terminado el trabajo, estaremos más cerca de lo sagrado”, afirmó el arquitecto, Nathaniel Harold, de 35 años. 
 “Cuando llegamos aquí esto era profano. Era un lugar desnudo donde la  gente se meaba literalmente sobre estas 2 000 personas”, declaró a  propósito de los muertos que están enterrados allí. 
 En el cementerio, Pierre Saint Louis también quiere devolverle la paz a  los fantasmas. Este hombre de 74 años contrató a un sepulturero para  reparar la tumba de su padre. De pie bajo el fuerte sol del Caribe, mira  al hombre de torso desnudo que cava un hoyo rectangular. 
 “No soy feliz, y los muertos tampoco son felices. ”Ayudo a los muertos“, agrega. 
 ¿Alguien ayuda a los vivos? El sepulturero, Jean Luis Quesnel, niega con  la cabeza pero luego cambia de opinión. "Dios ve todo, es por eso que  pienso que un día u otro, Haití cambiará".