La semana anterior personal del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional instaló una estación multiparamétrica al norte de Cerro Blanco, Guayaquil. Esta estación se encuentra conformada por un sensor sísmico de banda ancha, que tiene como objetivo el monitoreo de la microsismicidad en la zona centro sur de la costa ecuatoriana y de eventos de mayor magnitud a nivel del país, y de un acelerómetro instalado en roca, con la finalidad de evaluar posibles amplificaciones sísmicas con respecto a la información adquirida de similar instrumentación instalada en la ciudad Guayaquil, específicamente en sitios constituidos de materiales poco consolidados.
Detalle de la estación multiparamétrica en Cerro Blanco, Guayaquil . Fuente S. Vaca - IGEPN
La instalación de la instrumentación mencionada forma parte de del proyecto de "Fortalecimiento del Instituto Geofísico: ampliación y modernización del Servicio Nacional de Sismología y Vulcanología" financiado por el SENESCYT.
LT/SV
Instituto Geofísico
Escuela Politécnica Nacional
11:30 (tiempo local)
Reporte del Enjambre Sísmico en la Zona de Volcán de Cotopaxi – Mayo 2012
John Lyons, Mónica Segovia, Mario Ruiz
Introducción.-
El Instituto Geofísico mantiene el monitoreo de la actividad del volcán Cotopaxi a través de una red de 5 estaciones sísmicas de banda ancha con sensores co-localizados de infrasonido y 6 estaciones de periodo. A través de este monitoreo se detectó entre el 14 de mayo y el 18 de mayo del 2012 un pequeño enjambre sísmico, el cual es analizado a continuación.
Conclusiones.-
La ubicación del enjambre mayo 2012 es similar al de un enjambre que se produjo en noviembre de 2001, el cual fue seguido por una migración de la sismicidad desde el flanco norte hacia la zona del cráter y por un cambio de las características de los sismos de volcano-tectónicos a sismos LP, lo cual fue interpretado como señales de una inyección de magma que no alcanzó la superficie. La ubicación del enjambre actual cerca al registrado en el 2001 sugiere que esta sismicidad podría estar también relacionada con la inyección de un dique o de otro movimiento volcánico. Si bien es difícil llegar a conclusiones sólidas a partir de un número limitado de eventos en este pequeño enjambre, por el momento parece que el enjambre mayo 2012 pudo haber sido totalmente de origen tectónico. Sin embargo, no podemos excluir la posibilidad de que el campo de esfuerzos local fue modificado por un proceso relacionado con el Cotopaxi (por ejemplo, la inyección de magma en un dique), que posteriormente provocó el enjambre sísmico. Cuando se ve en la Figura 6, la dirección de fallamiento se alinea con dos valles orientados NE-SO que se extienden en los flancos del volcán Sincholagua, asi como también con la dirección de la cumbre del antiguo volcán Rumiñahui. La distribución de los hipocentros también tiene una tendencia parecida. Sin más datos es difícil de cuantificar la relación entre el enjambre de mayo y otros alineamientos locales o regionales. Sin embargo, los resultados de la ubicación epicentral y los alinemientos señalados sugieren una posible relación, que podría atribuirse a la existencia de un sistema de fallas más extensa o una zona de debilidad en esta área. Un estudio de campo en esta área podría ser utilizado para delinear la actividad antigua y potencialmente identificar la expresión superficial de la falla. Una campaña de GPS en esta área también podría proporcionar información valiosa de apoyo sobre el movimiento del suelo y la acumulación de esfuerzos.
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El Centro de Ingeniería Estructural Englekirk es uno de los dos únicos en el mundo capaces de simular cualquier terremoto que ha ocurrido en el planeta. Sólo existe otro en Japón que cuenta con la tecnología necesaria para construir una estructura de cuatro plantas y hacer que se mueva.
Cada proyecto puede costar hasta cinco millones de dólares.
El financiamiento llega por parte del gobierno de California y empresas privadas interesadas en la nueva tecnología de la construcción. Aquí utilizan una goma de caucha que se coloca en la base. El edificio se mueve, pero sin importar la intensidad, ni su exterior ni su interior se colapsa.
Rodrigo Astroza, maestro en ingeniería de sismos de este lugar, dijo que en Latinoamérica entre el 10% y 20% del presupuesto de construcción se invierte en infraestructura, mientras el resto se gasta en diseño interior, con lo cual se tienen edificios débiles susceptibles a daños o derrumbes durante los terremotos.
Durante la visita organizada, recorrida por la Fundación Ealy Ortiz A.C. y el Instituto de las Américas, Astroza comentó que la escala de Richter ha sido rebasada, debido a que se ideó a principios de 1900 y no alcanza a medir la dimensión total del siniestro.
"Un edificio no puede colapsar por ningún motivo, si lo hace es un problema de las construcciones, son denuncias que se deben hacer de manera legal", agregó.
Explicó que la región es susceptible a estos siniestros por la ubicación de las placas tectónicas y las fallas terrestres. En Chile, en 2010, la energía liberada fue de un millón de bombas atómicas como la de Hiroshima, "la intensidad varía con la distancia al epicentro y con el tipo de suelo", señaló.
Desde principios de 1877, el Cotopaxi había empezado nuevamente a presentar emisiones de ceniza y explosiones de tamaño pequeño a moderado. Para junio del mismo año, la actividad se había incrementado notablemente, tanto así que el día 26 se produjo una fase eruptiva de magnitud suficiente para formar flujos piroclásticos. Las descripciones de los hechos ocurridos en ese día, realizadas por Luis Sodiro (1877) y Teodoro Wolf (1878), hablan de “derrames de lavas” que se desbordaron desde el cráter del Cotopaxi. Sin embargo, el fenómeno que ambos autores describen no corresponde a una “colada de lava”, sino más bien a “flujos piroclásticos”. Este tipo de confusión de términos es común en las descripciones antiguas, pero toda duda se despeja cuando existen descripciones detalladas de los fenómenos ocurridos y de sus depósitos, lo que es el caso en las reseñas de Sodiro y Wolf. Textualmente Wolf indicó que “la lava no se derramaba en una o algunas corrientes, sino igualmente en todo el perímetro del cráter, sobre el borde más bajo, así como sobre la cúspide más alta”. Wolf explica también que las lavas” fueron derramadas en un intervalo de tiempo de entre 15-30 minutos, y enfatiza que el fenómeno tuvo lugar de forma violenta, con una gran ebullición de las masas ígneas desde el cráter que rápidamente cubrieron todo el cono del Cotopaxi. Estas descripciones no dejan duda alguna de que los fenómenos ocurridos fueron flujos piroclásticos.
Sin embargo, para ambos autores, los fenómenos más remarcables de los sucedidos el 26 de junio de 1877 fueron los lahares (flujos de lodo y escombros) que ocurrieron en los ríos Pita, Cutuchi y Tamboyacu, sobre todo por la gran destrucción que provocaron a todo lo largo de los tres drenajes. Ya en aquella época, ambos autores concluyeron que el origen de los lahares fue el súbito y extenso derretimiento que sufrió parte del glaciar del Cotopaxi al tomar contacto con los “derrames de lava” (flujos piroclásticos).
Lo que vale resaltar es que, en la mayoría de los casos, los lahares fueron tan caudalosos que rebosaron fácilmente los cauces naturales de los ríos, provocando extensas inundaciones de lodo y destrucción en las zonas aledañas. Según Wolf, los lahares tuvieron velocidades tales que se tardaron algo más de media hora en llegar a Latacunga, poco menos de 1 hora en llegar el Valle de los Chillos, cerca de tres horas en llegar a la zona de Baños (Tungurahua) y cerca de 18 horas en llegar a la desembocadura del río Esmeraldas en el océano Pacífico. Asombrado, Sodiro escribió que los lahares fluían con gran ímpetu “sin que nada pudiese […] oponer algún dique a su curso destructor, ni siquiera presentarle la más mínima resistencia”.
Finalmente, como en todas sus erupciones, el Cotopaxi también se produjo una importante lluvia de ceniza el 26 de junio de 1877. Este fenómeno ocurrió principalmente en las zonas que se encuentran al occidente y nor-occidente del volcán, debido a la dirección predominante de los vientos. Una de las poblaciones más afectadas por la lluvia de ceniza ese día fue Machachi, donde se depositó una capa de casi 2 cm de espesor. En Quito la acumulación llegó a los 6 mm, siendo menor en Latacunga y ausente al sur de Ambato (Sodiro, 1877).
Más hacia el occidente, en las estribaciones de la Cordillera Occidental y en la Costa ecuatoriana, la caída de ceniza parece haber sido muy extensa y haber durado por varios días. Sodiro indica que conoció reportes de lluvias de ceniza ocurridas en las provincias de Manabí y Esmeraldas, mientras Wolf afirma que “en Guayaquil la lluvia de ceniza empezó el 26 de junio en el mañana y duró con breves interrupciones hasta el 1ero. de julio”. En todo caso, las acumulaciones de ceniza seguramente no superaron unos pocos milímetros de espesor sobre la zona costera del Ecuador. Sin embargo, vale recordar aquí que durante las erupciones del Guagua Pichincha en 1 999 y del Reventador en 2 002, las acumulaciones de ceniza en Quito no superaron los 3-4 mm de espesor, pero en ambos casos fueron suficientes para paralizar completamente la ciudad por varios días, provocando enormes pérdidas económicas. Lo mismo puede ser previsto para las zonas costeras del Ecuador en caso de ocurrir una gran erupción del Cotopaxi en el futuro.
La erupción del 26 de junio de 1877 puede ser considerada como la “erupción típica” del Cotopaxi en cuanto tiene que ver con los fenómenos volcánicos ocurridos. Sin embargo, los estudios geológicos y volcanológicos del Cotopaxi indican claramente que este volcán es capaz de dar lugar a eventos de mucho mayor tamaño. Efectivamente, por ejemplo, en lugares como el Valle de los Chillos o Salcedo se puede apreciar que los lahares asociados a las erupciones de 1742 ó 1768 fueron de tamaño mayor a los de 1877. Asimismo, en los cortes de la carretera Panamericana, en el tramo entre El Boliche y Lasso, se puede observar que las caídas de ceniza y pómez de muchas erupciones pasadas tienen espesores muy superiores al de la caída de ceniza de 1877. El propio Sodiro ya se había dado cuenta de esto y escribió en su relato de 1877: “Qué diferencia entre ésta y las grandes erupciones antiguas, algunas de las cuales han producido uno, dos y aún más metros de espesor [de caída de piroclastos]! De la presente no ha de quedar ningún indicio en la estratificación terrestre”. Esta afirmación de Sodiro resultó certera solo en cuanto a la caída de ceniza, cuyo rastro es difícil de encontrar actualmente en lugares situados a más de 10 km del cráter; pero no lo es en cuanto a los depósitos de los lahares de 1877, los cuales pueden ser observados con cierta facilidad en diversos puntos a todo lo largo de los ríos Pita, Cutuchi y Tamboyacu.
Luego de esta erupción, el Cotopaxi continuó con actividad moderada a leve por varios años. Los reportes escritos hablan principalmente de explosiones esporádicas y emisiones que provocaron algunas caídas leves de ceniza en diversos sectores del flanco occidental. Incluso, en un texto de mayo de 1914, se escribe que el Cotopaxi estaba “como de costumbre, con una columna de humo sobre el cráter”. El último reporte de actividad en el volcán corresponde a una posible explosión de pequeño tamaño ocurrida en febrero de 1942 (Egred, en prep.), si bien esta fecha no ha podido ser confirmada con toda certeza.
Texto tomado: “Los peligros volcánicos asociados con el Cotopaxi”
21 de junio de 2012
El Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional podrá completar la Red Nacional de Observatorios Volcánicos, en la ruta del OCP, gracias a la instalación de 11 acelerógrafos y 1 estación sísmica. El acuerdo dará a OCP Ecuador información fidedigna y en tiempo real, generada por el Instituto Geofísico, sobre la ocurrencia de eventos sísmicos y volcánicos. La empresa entregará un aporte total de 134.000 dólares al Instituto Geofísico en 5 años.
Los acelerógrafos son instrumentos especializados en detectar movimientos fuertes del terreno originados por terremotos que se producen por el movimiento de fallas tectónicas activas. Ecuador, es un país con muchas fallas tectónicas dentro de su territorio. Los datos obtenidos de esta instrumentación aportarán para que se complemente las bases de datos de la Red Nacional de Acelerógrafos (RENAC) y de la Red Nacional de Sismógrafos (RENSIG) que a su vez conforman el Servicio Nacional de Sismología y Vulcanología del IGEPN. Además y sobretodo, este es un tipo de equipamiento que debería ser implementado por toda infraestructura instalada en zonas de alta potencialidad sísmica.
Cabe resaltar que este tipo de instrumentación no es para monitoreo de volcanes, y el IGEPN cuenta con instrumentación específica para este tipo de vigilancia y monitoreo.
lt/hy
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