
     En efecto, para Jorge Valverde, profesor titular de Ingeniería Civil de  la Escuela Politécnica Nacional, un evento de esa naturaleza está  previsto. “Esperamos un sismo de 8,4 grados Richter, uno de los grandes.  Esto viene del análisis del riesgo sísmico que se hizo hace unos 15  años. El estudio de probabilidades determinó que habrá un suceso de esta  magnitud en el país, talvez frente a las costas de Esmeraldas y Manabí.  O en otra parte, incluida Quito”.
 
      Mientras más tiempo pasa entre un sismo y otro, la cantidad de energía  acumulada aumenta y su liberación se traduce en un terremoto de gran  magnitud. Parecería preferible tener sismos pequeños pero seguidos en  tiempo, que uno solo en un lapso mayor. 
 
      Además, en el caso de Japón, sobre los tsunamis, quedó demostrado que no existe preparación alguna o prevención eficaz. 
 
      La energía del agua, al ser superficial, es mucho mayor que la de las  ondas sísmicas ya que su atenuación es mínima. Toda la energía se  descarga en tierra. 
 
      Pese a que en este momento no hay posibilidades de afrontar un tsunami,  ¿está preparado el país para soportar un terremoto severo, de la escala  de los de Chile y Japón? Todos los expertos consultados sostienen que  no. Entre ellos el director del Instituto Geofísico, Hugo Yepes, los  ingenieros Otto Maldonado, Fabricio Yépez y el arquitecto Aldo  Echeverría, catedráticos de la Universidad San Francisco, al igual que  el constructor Rafael Ruales y el máster en restauración Eduardo Báez.
 
      Maldonado es categórico: si con un fuerte aguacero se caen casas, no se diga con un sismo.
 
      ¿A qué se debe esta vulnerabilidad? Existen varios factores, como la  construcción en sitios de riesgo como taludes y quebradas, pero los  expertos coinciden en que la mayor causa de riesgo está atada a la  informalidad.
  
      La construcción informal en el país es casi del 70%. ¿Qué pasa cuando a  un canasto repleto de huevos se le colocan más encima?, pregunta  Echeverría. “Los de arriba se caen y dañan el resto. Así es la  construcción informal”. 
 
      En Ecuador se carece de registros municipales de planos y licencias de  construcción rígidos. Estos no pasaron por la revisión de un profesional  y las edificaciones fueron construidas por maestros de obra con mucha o  ninguna experiencia. 
 
      Yepes recalca que en estos procedimientos se observan requerimientos  mínimos, que tienen graves consecuencias en el colapso inminente de las  estructuras, lo que convierte a un terremoto en una tragedia de gran  magnitud. “Estas catástrofes no solo cobran vidas humanas valiosas sino  que retrasan el desarrollo durante años del país afectado”, apunta. 
 
      Las edificaciones informales además carecen de un adecuado diseño de  hormigón, generalmente con exceso de agua en la mezcla, recalcan  Maldonado y Ruales. Algo similar se puede decir de la cantidad de acero  usado en las estructuras, de su doblado, figurado, amarrado, de manera  antitécnica. “Y qué decir de la elaboración de mampuestos (morteros para  mamposterías), de deficiente fabricación, de la calidad de las  mezclas”, agrega Ruales.
 
      Las consecuencias frente a un sismo fuerte o aun terremoto son lógicas:  esas construcciones se irán al suelo. Colapsarán, sin remedio. Las  soluciones para este problema son muy complejas. Pero todas pasan por el  control. Por tratar de disminuir el índice de informalidad y hacer  cumplir las ordenanzas. Es decir -explica Echeverría- hacer prevención.
 
      En esta línea, la educación es básica. La prevención debe empezar en las  escuelas, dice Maldonado. Debe incluirse la materia de prevención de  desastres. 
 
      Aunque la construcción formal ha mejorado mucho y el Código de la  Construcción se está actualizando con el apoyo del Gobierno, aún falta  control efectivo, lo que se aprovecha para incumplir con las  especificaciones y levantar un edificio de riesgo. 
 
      “Muchos profesionales planteamos que por Ordenanza los edificios de más  de ocho pisos tengan su propio control. Instalar un acelerógrafo y un  sismógrafo cuesta menos que instalar una cocina con baldosa italiana”,  destaca Valverde. Este monitoreo debe ir ligado a alguien que recopile  esa información y haga un seguimiento. Si los constructores no cumplen  no se les da el permiso.
 
      Ruales, constructor de vivienda popular, apunta al mercado inmobiliario.  “El mercado, el negocio inmobiliario irresponsable e, incluso, la  intervención cada día mayor de capitales sin procedencia regular; la  desatención a los más necesitados que deben alejarse del centro,  buscando dormitorio en sitios y lugares inconvenientes aumentan la  vulnerabilidad”. 
 
 
 La sismorresistencia es la alternativa
 
      Sucedió en el propio Japón, en la década de los cincuenta. El día de la  inauguración del llamado primer edificio ‘totalmente antisísmico del  mundo’, el Hotel Emperador, sucedió un movimiento de gran intensidad. El  edificio resistió, pero, tiempo después, tuvo que ser derrocado porque  tenía graves fallas estructurales.
 Eso fortaleció la idea de la sismorresistencia como el remedio más  lógico para enfrentar a los terremotos y otros fenómenos naturales. 
 
      Pero ¿qué es un edificio sismorresistente? El ingeniero Otto Maldonado  lo define como una estructura dúctil que debe cumplir tres condiciones  de diseño: existencia, permanencia y factibilidad. En palabras más  asequibles, un edificio sismorresistente debe garantizar su equilibrio  ante una acción posible: un sismo, un huracán... Esto no significa que  el edificio no colapse. De hecho puede caerse, pero antes debe  garantizar su estabilidad hasta que sea evacuado totalmente y con el  menor peligro posible para sus ocupantes.
 
      Las edificaciones deberán ser diseñadas para minimizar los problemas  para las personas que las habitan, para limitar los daños. Un aumento en  la cantidad del material (secciones de vigas y columnas más anchas,  losas de mayor espesor) y un mejoramiento de la calidad y la resistencia  de los materiales de construcción logran, por lo general, los objetivos  propuestos. 
 
      Los materiales son claves. El adobe y el tapial son muy rígidos; es  decir, son menos capaces de aguantar la onda sísmica y se rompen con el  pandeo (movimiento oscilatorio). La piedra, que es excelente para la  compresión, al estirarse es 10 veces más débil, explica Echeverría. En  consecuencia, también tiene sus riesgos. El acero y el hormigón armado  son mucho más dúctiles y elásticos. Esas cualidades aumentan su  resistencia a la acción de sismos y otros fenómenos.
 
 ¿Qué estructuras son las más importantes?
 
      Paradoja de paradojas: la Defensa Civil, una de las instituciones  vitales en la planificación, prevención y mitigación de los efectos de  una catástrofe de cualquier origen y que debería estar en una de las  estructuras diseñadas para soportar los sismos más severos, funciona en  un edificio que no cumple esos requerimientos.
 
      Ese es un gran error, dice Aldo Echeverría, porque los edificios que  deben resistir de mejor manera la acción de los terremotos severos son  los que funcionan como entidades de ayuda, bomberos, hospitales,  escuelas...
 
      En teoría, esas edificaciones no deberían caerse ni con terremotos como los últimos de Japón y Chile. 
 Lamentablemente, eso no sucede en el país. Aunque sí hay ejemplos  plausibles, como el Hospital Carlos Andrade Marín. Este hospital, que  fue diseñado como un monobloque por el arquitecto Distel y fue  inaugurado el 30 de mayo de 1970, se muestra como una construcción  sólida y sismorresistente, explica Otto Maldonado. “Eso no se puede  decir, en cambio, de muchos hospitales y centros de salud de otras  ciudades y cantones de la patria, cuyas lastimeras imágenes miramos casi  a diario en la televisión”. 
 
      Por esa razón, porque deben ser las estructuras más resistentes, agrega  Echeverría, las escuelas deben tener un reforzamiento estructural del  25% más que los edificios comunes; y los hospitales y puentes del 50%  más. Así, por ejemplo, si una casa normal utiliza hormigones de 210  kg/cm², una escuela utilizará concretos con resistencias de 240 ó 260  kg/cm² y un hospital o un puente de 320 a 360 kg/cm². 
 
      Este ejemplo se debe repetir en todos los insumos y elementos  estructurales de esas edificaciones. Los puentes también deben ser  estructuras superresistentes, pues son vitales para las comunicaciones y  las evacuaciones posteriores.
 
									 
					